Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como poesía del siglo de oro

Estrellas, ordenad que tenga estrella

Desde la primera vez que leí el Himno a las estrellas de Quevedo, allá en los albores de la década de los noventa, me llamó la atención el verso 54. ¿Por qué me atrapa ese verso? Fijémonos en las ocho primeras estrofas (estancias, de origen italiano, como el soneto). Consisten en una sucesión de bellísimas alabanzas a las estrellas por parte del poeta, que adopta ante ellas una actitud reverente y temerosa. La riqueza y variedad con que se dirige a ellas revelan el talento del sujeto lírico. Las estrellas son ricas centellas del piélago de luz, deliciosa metáfora; asimismo, son lumbres que la noche huérfana (personificación) enciende en las exequias del día que ha muerto; a los ojos y a la imaginación del poeta, las estrellas son también soldados de un ejército de oro que marcha por campos de zafiro (imposible sustraerse al encanto de la fuerza cromática de la imagen, en la que resalta el color del dorado de las estrellas sobre el azul tan característico del corindón); ítem más: son l

Marchitará la rosa el viento helado.

T al vez no esté de más hablar de un endecasílabo, de uno de los mejores versos de la poesía española. Es la clave de bóveda del poema pagano donde lo insertó Garcilaso de la Vega . No sé si con razón o sin ella, siempre he creído que este verso no ha gozado de la fortuna merecida en sus casi quinientos años de existencia. Sospecho que le roba la atención el colorido de los primeros ocho versos del soneto, tan sensoriales, de "tanta" color rosa y azucena en la faz de una mujer joven de mirada ardiente, de cuello blanco y enhiesto, de cabellos de oro que el viento despeina, imagen inspiradora de tantos anuncios publicitarios de "eau de parfum". Y también le ha hecho sombra -o eso creo- la imperativa invitación a coger de la alegre primavera el dulce fruto antes de que sea demasiado tarde. El carpe diem , repiten todos los exégetas. Pero todos los versos del soneto no son más que aguas cuyo venero es el endecasílabo que hoy llama mi atención. "Marchitará la rosa