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La ausencia es una forma del invierno

Creo que, inconscientemente, comencé a escribir estas palabras en mi cabeza la mañana del lunes 29 de noviembre, cuando sus familiares y sus amigos estaban a punto de enterrar los restos mortales de Almudena Grandes. El sábado 27, al conocer la noticia de su muerte, no pude no pensar en su marido, el poeta Luis García Montero, y en el poema titulado La ausencia es una forma del invierno:


Como el cuerpo de un hombre derrotado en la nieve,

con ese mismo invierno que hiela las canciones

cuando la tarde cae en la radio de un coche,

como los telegramas, como la voz herida

que cruza los teléfonos nocturnos,

igual que un faro cruza

por la melancolía de las barcas en tierra,

como las dudas y las certidumbres,

como mi silueta en la ventana,

así duele una noche,

con ese mismo invierno de cuando tú me faltas,

con esa misma nieve que me ha dejado en blanco,

pues todo se me olvida

si tengo que aprender a recordarte.

(De Completamente viernes, 1998).

La muerte de Almudena inyecta en la experiencia del lector de este poema una mayor dosis emotiva y conmueve aún más si cabe, de ahí que los buenos lectores de poesía lo rescatasen a las pocas horas del acontecimiento y lo exhibiesen profusamente en las redes sociales. Es como si el poeta hubiese marcado hace más de veinte años las huellas de un camino que, en el momento de crearlo, no podría o no querría imaginar que había de pisar algún día del modo en que ha comenzado a hacerlo. Quizás muchos quieran ver en la muerte de la escritora la confirmación de la verdad del poema. Pero no era necesario que Almudena Grandes muriese para que el poema sea lo que siempre ha sido. Esta composición poética nos conmovía antes de saber que Almudena faltaría tan pronto y seguirá conmoviendo a los lectores que se acerquen a los versos sin pensar en la circunstancia personal del poeta viudo, cuando la rutina haya enterrado también la noticia del fallecimiento. ¿Por qué produce en nosotros el placer estético y las emociones que sentimos con su lectura?

Abramos el libro por la página del poema. ¿Qué tenemos ante nosotros? Por de pronto, un poema compuesto por un título y catorce versos. El título, que es un verso endecasílabo (Laau-sen-ciaes-u-na-for-ma-del-in-vier-no), es también una metáfora. Al concepto abstracto de la ausencia, el poeta le atribuye la cualidad de ser una manifestación del invierno. Y la palabra invierno nos evoca frío, nieve, viento helado, luz escasa; nos habla de días cortos y de noches largas. La ausencia, pues, participaría de todos o de algunos de estos rasgos: sería fría y poco o nada luminosa, tan dura y hostil como el invierno; las noches de ausencia son -pensará el poeta- más largas que sus días. Parece que el título orienta al lector señalando el tema del poema. Para averiguar si es así, detengámonos a entender de qué trata la serie de catorce versos que sigue a continuación.

Pero para comprender el poema necesito verlo como un péndulo: una esfera, un hilo y un punto de anclaje. Uno de los extremos del hilo está clavado a una bóveda; del otro pende la esfera. Ese punto de anclaje del que cuelga el péndulo es el décimo verso, "así duele una noche". La esfera es el resto de versos que oscilan de un lado a otro unidos al décimo verso por un hilo de oraciones comparativas ("como", "igual que") y de complementos circunstanciales introducidos por la preposición "con". No es casual que el punto donde se une el hilo con la bóveda sea un verso corto, de arte menor, uno de los tres heptasílabos que componen el poema. Y no es casual porque el punto ha de ser más breve que el hilo.

Este es, si no estoy equivocado, el movimiento del péndulo, unido siempre -insisto- al décimo verso, el punto alto de la bóveda:

"(Así duele una noche), como el cuerpo de un hombre derrotado en la nieve".

"(Así duele una noche), con ese mismo invierno que hiela las canciones cuando la tarde cae en la radio de un coche".

"(Así duele una noche), como los telegramas".

"(Así duele una noche), como la voz herida que cruza los teléfonos nocturnos, igual que un faro cruza por la melancolía de las barcas en tierra".

"(Así duele una noche), como las dudas y las certidumbres".

"(Así duele una noche), como mi silueta en la ventana".

"(Así duele una noche), con ese mismo invierno de cuando tú me faltas".

"(Así duele una noche), con esa misma nieve que me ha dejado en blanco, pues todo se me olvida si tengo que aprender a recordarte".

La estructura profunda del poema me parece un gran logro del poeta: ha conseguido que todo gire alrededor de ese centro, "así duele una noche", que sólo aparece explícitamente una vez en el verso diez, pero que implícitamente está presente en todos los versos pues los sostiene a todos. Y la razón es clara: "duele" es el verbo principal, el de mayor jerarquía en la estructura oracional del poema. Los otros verbos conjugados de la composición son núcleos de oraciones subordinadas adjetivas o adverbiales, están en un segundo nivel oracional ("invierno que hiela", "cuando la tarde cae", "la voz herida que cruza", "igual que un faro cruza", "de cuando tú me faltas", "nieve que me ha dejado", "pues todo se me olvida"). De este hecho podemos extraer una conclusión: el tema del poema es el dolor, pero no cualquier dolor, sino el de una noche de ausencia que, al ser una forma del invierno, se transforma en una noche larga y fría.

Al leer el poema, percibimos una inclinación al equilibrio, a la búsqueda de un movimiento cadencioso, isócrono, gobernado por una misma frecuencia, como un péndulo va de un lado a otro a una velocidad constante. El poeta expresa el dolor de la soledad causada por la ausencia de esa segunda persona ("cuando tú me faltas"), pero es un dolor contenido, sereno, grave, alejado de aspavientos y exageraciones románticas. Hay cierta armonía, un contrapeso que protege la estabilidad emocional. Para conseguir ese efecto, el poeta recurre a varias soluciones. Quiero detenerme sólo en un par de ellas: 

1. Observamos que el primer verso alejandrino (verso 1) y el último (verso 12) contienen ambos una referencia a la nieve, y que el segundo de los alejandrinos (verso 2) y el penúltimo de este tipo (verso 11) incluyen el sustantivo "invierno". Que el poeta abra y cierre la serie de alejandrinos así:

nieve-invierno/invierno-nieve

contribuye a esa impresión de balanza equilibrada y armoniosa, de movimiento circular tan propio de los péndulos:

"Sabía [...] que el periodo obedecía a la relación entre la raíz cuadrada de la longitud del hilo y ese número pi que [...] vincula necesariamente la circunferencia con el diámetro de todos los círculos posibles". (Umberto Eco, El péndulo de Foucault, Lumen, Barcelona, pág. 7.)

2. Hacia la misma diana de equilibrio apunta el uso de la anáfora en el poema. Por ejemplo, en los versos 4 y 8. En el primero de ellos, otro alejandrino, la anáfora ("como los telegramas, como la voz herida") divide el verso en dos hemistiquios heptasílabos y, de esa manera, representa bien el vaivén del péndulo. Vemos al mismo tiempo que el adjetivo "herida" atribuido a "la voz" redunda en la idea de dolor, tema central del poema. Por su parte, el sustantivo "telegramas" subraya más la separación de la persona ausente pues el prefijo griego "tele-" significa "a distancia". No en vano en el verso 5 aparecen "los teléfonos", que igualmente acentúan la idea de lejanía. 

El verso 8, "como las dudas y las certidumbres", está compuesto por dos términos que agotan el universo de discurso: todo es o incierto o seguro, unión de contrarios entre los que no cabe término medio. Alfa y omega, principio y fin. El poeta parece querer expresar de esa manera que la ausencia llena todas las cosas y no deja escapatoria posible. Y esta idea conecta, a su vez, con la expresada en los dos últimos versos: "pues todo se me olvida / si tengo que aprender a recordarte", olvido y recuerdo, unión de contrarios, alfa y omega. La ausencia de la persona que falta es la nieve que borra todas las huellas en la memoria del poeta, que necesita hacer un esfuerzo para recordar, como quien se afana en retirar con una pala la nieve que obstruye el camino.

Termino refiriéndome a otro interesante empleo de la anáfora, el que se establece entre los versos 2 y 12:

"con ese mismo invierno que hiela las canciones"

"con ese mismo invierno de cuando tú me faltas".

Al compartir la primera parte del verso, se crea una correlación entre ambos que afecta y transforma sus significados. Y así, tenemos licencia para interpretar que "cuando tú me faltas", se hielan las canciones al caer la tarde, por lo que ni la música es refugio o consuelo, etc.

Hay, desde luego, más detalles dignos de atención en el poema que quedan por comentar, como la degradación de la corporeidad en los versos 1 y 9 (el cuerpo es el de un hombre derrotado, la silueta -que es menos que el cuerpo, es sólo su contorno- del poeta en la ventana); la bella personificación de las barcas varadas en la orilla que recuerdan melancólicamente la luz del faro; la simetría de la acentuación de los versos alejandrinos (siempre el acento en la sexta sílaba) contribuyendo a ese ritmo acompasado del péndulo... 

Me he extendido en exceso y debo acabar ya, pero prefiero que sea el propio Luis García Montero quien lo haga. En otro poema suyo, titulado Martes y letras, también perteneciente a Completamente viernes, el poeta dice así:

y, en conclusión, señores, el poema

no nace del esfuerzo de hablar solo,

es la necesidad de estarle hablando

a una silla vacía.



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