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Decrepitud, poema de Carlos Marzal

Me pasa muy a menudo. Casi nunca recuerdo las circunstancias o el momento en que descubro un libro de los que incluyo en el grupo de los fundamentales, los que me han de acompañar para siempre. Es como si me pillaran desprevenido. Por eso no sé decir cuándo ni dónde vi por vez primera Metales pesados, el excelente y premiado libro de poemas de Carlos Marzal. La primera edición fue publicada por Tusquets Editores en septiembre de 2001; la segunda, que es la que yo tengo aquí a mi lado, en octubre de 2002. Es todo lo que puedo acotar: fue después de la fecha de la segunda edición. También  sé que fue el primer libro que leí del poeta y novelista valenciano.

La profesora de la Universidad de Barcelona, Noemí Montetes-Mairal, afirma, en un artículo publicado en el número 239 de la revista Litoral, que la poesía española del siglo XXI da comienzo con esta obra. Quizás por poemas como este:

            DECREPITUD

Asilados en una infancia obscena,
en el exilio de su misma sombra,
desde un limbo de hielo,
                                        derritiéndose,
los viejos testimonian, sin enigma,
sobre el enigma viejo de estar vivo.

Gota a gota en presente, son futuro,
evanescencia al fin fuera del tiempo,
que en la fronda del tiempo anda perdida.
Espectros de la carne en su derrota,
se acogen al sagrado de la carne,
que en deserción de sí no los ampara.
Pabilos sin fulgor de inteligencia,
arden a fuego extinto en su hendidura,
ascuas de quienes fueron, balbucientes.

Isla del fin del mundo, conmovidos,
vemos flotar en pasmo la vejez,
a la lunar deriva del asombro.
Nos resulta del todo inconcebible
nuestra decrepitud, nuestra mudanza
hasta desconocernos en nosotros
y en nosotros errar entre lo ajeno.

Cómo subsiste ciega la energía
en su impúdico afán de propagarse.

Madre senilidad, nunca te amamos.
Madre senilidad, no te amaremos.

Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.

(del libro Metales pesados.)

Decrepitud. Según el DRAE, "cualidad o estado de decrépito". Decrépito, adjetivo que significa "muy disminuido en sus facultades físicas a causa de la vejez". María Moliner, como es costumbre, mejora el trabajo de los académicos y avanza en su diccionario un poco más en la definición de "decrépito": "Se aplica a la persona que ha llegado, por lo avanzado de su edad, a una gran decadencia física y espiritual, y a la edad en que esto ocurre". Por lo tanto, ya no sólo es una decadencia física, sino también espiritual. Finalmente, Julio Casares, en su diccionario ideológico, define "decrépito" de esta manera conciliadora: "Aplícase a la edad muy avanzada, y a la persona cuya ancianidad le amengua considerablemente las potencias", juntando en una sola palabra, "potencias", los dos tipos de decadencia de las anteriores definiciones (física y espiritual). De modo que, según los diccionarios, ya tenemos enunciado el tema del poema de Marzal, al menos a priori: la disminución, la pérdida, el debilitamiento de las capacidades físicas y espirituales de los ancianos.

La lectura del poema nos revela un primer hecho: todos sus elementos tienen una función expresiva. Todos. En sus distintos niveles. Veamos un par de ejemplos.

Empecemos con el encabalgamiento de los versos 23-24:

Cómo subsiste ciega la energía
en su impúdico afán de propagarse.

¿Cuál es la función expresiva del encabalgamiento aquí? Vemos que la sintaxis se expande y propaga más allá del límite del endecasílabo, sin detenerse en la pausa versal, del mismo modo que la energía se propaga y subsiste ciega en su afán impúdico. El encabalgamiento subraya, pues, el contenido semántico de los dos versos. 

Segundo ejemplo: todos los versos del poema son endecasílabos, con la excepción del tercero y del cuarto:

desde un limbo de hielo,
                                        derritiéndose,

Y esto, una vez más, no sucede por azar. Volvemos a comprobar la maestría del poeta pues el verso que se esperaba de once sílabas, se quiebra en su final, como queriendo representar un bloque de hielo que se desgaja, al igual que sucede con los glaciares en su deshielo cuando se separan de la masa principal y caen al océano. Considero que este recurso tipográfico de quebrar el verso es muy visual y dota al significado de las palabras de una mayor intensidad semántica.

En el mismo sentido, creo que debemos considerar la distribución de los versos en seis estrofas, las tres primeras mucho más extensas que las tres últimas, que son pareados. Fijémonos en que las tres primeras pueden representar las fases de mayor plenitud de la vida de una persona (infancia-juventud-madurez), razón por la cual son más extensas, en tanto que los tres pareados finales parecen, de nuevo, desgajarse del cuerpo principal, como la vejez, ese limbo de hielo que se derrite y rompe en trozos más pequeños y breves, o como los pasos de los ancianos, menores en cantidad y en longitud.

Muy pronto, ya en los dos primeros versos, el sujeto lírico presenta el tema de la vejez como exilio y asilo, éxodo y refugio. Desde el punto de vista de la vejez como un peculiar asilo, la ancianidad es vista por el poeta como una infancia obscena (v.1); un limbo de hielo derritiéndose (vv. 3-4); un lugar fuera del tiempo (v. 8); el sagrado de la carne al que se acogen los viejos, pero que, en deserción de sí, no los ampara (vv. 11-12); finalmente, es isla del fin del mundo (v. 16). Por su parte, el tema de la vejez como exilio se expresa en el verso 2 como un exilio de su misma sombra, es decir, expulsados de sí mismos, de su propia corporeidad; la vejez flota a la deriva como una luna (vv. 17-18); los ancianos, seres errantes entre lo ajeno (v. 22). Los viejos, al igual que los exiliados que no encuentran acogida en ningún lugar, cerradas para ellos todas las fronteras, deambulan en la contradicción de ser aún, pero sin estar ("en el exilio de su misma sombra"), y de estar aún, pero sin ser ("ascuas de quienes fueron"). Para expresar dicha contradicción, el poeta recurre en varios lugares a la antítesis (fuera del tiempo/en la fronda del tiempo; frágil-fortaleza/sólido-frágil) y al quiasmo (viejos-sin enigma/enigma viejo; desconocernos en nosotros/y en nosotros errar; y, en especial, en el último pareado), recursos que vertebran el poema en su totalidad. Asimismo, hace un uso repetido de la anáfora (nuestra decrepitud, nuestra mudanza; Madre senilidad/Madre senilidad; Qué frágil/Qué sólido).

Pero hay otra línea temática que atraviesa el poema y que no debemos pasar por alto: la incomprensión de la decrepitud por parte del poeta. Habla de enigma viejo, de ver flotar en pasmo la vejez, de asombro. Y afirma explícitamente que "Nos resulta del todo inconcebible/nuestra decrepitud". El sujeto lírico asume la primera persona del plural y su voz se revela como la del corifeo de una tragedia griega, que parece hablar en nombre del coro.

Por último, quiero señalar que los viejos son descritos como representaciones de diferentes estados de la materia, sometidos a un proceso de transformación. Y así, el poeta, al exponer la imagen del limbo de hielo derritiéndose, presenta un cambio de estado sólido (hielo) a líquido (derritiéndose); también habla de los ancianos como una evanescencia, es decir, aquello que puede desvanecerse o esfumarse; los viejos son, asimismo, espectros de la carne, esto es, fantasmas, seres inaprensibles e inmateriales, sin corporeidad, lo que nos vuelve a remitir al "exilio de su misma sombra". Todas las partes se conectan y conforman un todo coherente.

A la luz del poema que acabamos de leer, estamos en condiciones de matizar el significado de "Decrepitud" que nos daban los diccionarios. Diremos que el poema se refiere a la incomprensión o asombro ante el extraño exilio que representa la vejez y el inhóspito asilo que, lejos de acoger, desampara a los más viejos.




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